A Dos Pasos del Infierno- Dos primeros capítulos

Esta es la primera parte de uno de mis relatos que publico en este blog, no seaís muy duros y... ¡disfrutadlo! =D



Capítulo 1
Le di otro trago a mi tercera copa antes de volver a mirar a mi alrededor. La verdad es que el alcohol no tenía el mismo efecto en mi cuerpo que en el de los demás mortales que bailaban y se movían por todo el atestado local, pero un poco de relaciones con los humanos nunca venía mal para el aburrimiento.
Me separé de la barra mientras me unía al grupo de chicas que había conocido aquella misma noche y cuyos nombres habría olvidado al día siguiente. Las luces intermitentes y la mezcla con el alcohol provocaban un efecto hipnótico sobre todos los presentes, en todos excepto en mí obviamente, haciendo que éstos fueran mucho más vulnerables que a primera hora del día.
Entonces me percaté de un movimiento extraño en el centro de la discoteca, una silueta familiar se movía solitaria serpenteando entre los humanos del lugar. Podía observar sus enormes y blancas alas descendiendo desde sus omóplatos hasta el suelo. Estreché los ojos para intentar reconocer al dueño de esas alas. No, no podía ser.
Comencé a caminar, sin decir nada a mis supuestas “nuevas amigas”, hacia el centro del lugar con andar decidido y sin detenerme ni importarme quien se interpusiera en mi camino. Cuando le alcancé me planté allí y me crucé de brazos. El joven dueño de aquellas alas era de cabello rubio dorado, su tez blanca resplandecía bajo las luces de colores y sus ojos azules cristalinos brillaban acompañando a la sonrisa socarrona que iluminaba su rostro.
-Hola, Sandro.-Dije alzando las cejas al tiempo que alzaba el mentón, orgullosa.
-Ha pasado mucho tiempo, Evangelina.-El ángel ladeó la cabeza haciendo que su rostro se volviera asquerosamente seráfico a la vez que molesto. Reí con una sonora carcajada.
-Hace tiempo que ya no me llaman por ese nombre.-No alcé demasiado la voz pero sabía que no necesitaba hacerlo para que él me oyera.
-¿Y por cuál te haces llamar últimamente?-Los ángeles no suelen cambiar sus nombres durante la mayor parte de su eternidad, en cambio a los demonios nos resulta divertido y suele ser un buen método para pasar desapercibidos o borrar nuestras huellas en un determinado momento.-Más que nada para poder pronunciarlo al despedirme mientras te mato.-Sonreí.
-Carina.-Sandro hizo una mueca que provocó que la rabia acudiera a mí, y como un auto reflejo me llevé la mano al collar que colgaba de mi cuello con la intención de materializar la espada que, al igual que nuestras alas, eran invisibles a los ojos humanos. Pero Sandro negó con la cabeza.
-No creo que sea buena idea, puede que esta vez debamos dejarlo pasar.-Su voz era firme y serena, pero yo podía detectar un atisbo de burla en ella, algo que no me gustaba nada. Pensaba en no hacerle caso, pero mi adversario ya se daba la vuelta para marcharse. Y justo antes de llegar a la puerta, susurró por encima de su hombro:-Ciao, Carina.
De muy mala gana separé lentamente la mano de mi cuello. Ya no tenía ganas de fiesta, así que decidí que era hora de irse a casa. A regañadientes me acerqué hacia la barra para recoger la chaqueta que había dejado ahí, sabía que nadie la iba a tocar si sabía lo que le convenía.
Las noches en las calles de Londres no eran muy diferentes a las de otros lugares, oscuras y solitarias. Di la vuelta a la esquina mientras recordaba cuántas veces me había cruzado con Sandro en una noche como aquella. El primer recuerdo que acudió a mi mente fue Berlín, cuando había acudido a mi rescate pensando que era una pobre chica que estaba siendo atacada, pobre Sandro, que ingenuo.
Ese recuerdo me llevó al Cairo, y ese a Barcelona, y así sucesivamente. Había luchado contra Sandro todas las veces que me lo había cruzado hasta donde mi memoria llegaba a alcanzar. Pero era así como debía ser, él era un ángel, yo un demonio, y estábamos en plena guerra, ¿y que se le ocurrió a él? “Esta vez debemos dejarlo pasar”, imité su voz en mi fuero interno, ángel estúpido.
Seguía refunfuñando cuando llegué a mi apartamento en pleno Picadilly Circus, era una de las innumerables estancias que tenía alrededor de todo el mundo, aunque no necesites dormir cuando viajas tanto es importante tener un sitio donde cobijarse, más que nada porque odio los hoteles.
Me tiré encima del sofá y encendí la televisión, maldecía por lo bajo mientras me percataba de que no pasaban nada potable, aunque era comprensible ya que eran las cuatro y media de la mañana. Resoplé mientras dejaba la MTV y sus comerciales videos musicales.
La eternidad no es tan atractiva como todo el mundo cree, cuando el aburrimiento te captura es casi imposible salir de él. Maldito Sandro, él habría sido mi única oportunidad para darle un poco de vidilla a la noche. Ya podía prepararse para nuestro próximo encuentro, porque tenía claro que iba a ser el último.
El Sol comenzaba a iluminar el centro de la ciudad poco a poco, miré por la ventana y decidí que no pensaba quedarme en casa sin hacer nada. Me cambié de ropa y salía a la calle desierta. Los ingleses no suelen salir los domingos a la calle, pero quién sabe, quizás encontrase algo interesante.
Caminé por la ciudad hasta llegar a Kensington Park y me detuve debajo de un enorme árbol, el Sol alcanzaba mi rostro pero eso no impedía que consiguiera ver con toda naturalidad. El inmenso parque estaba totalmente deshabitado, exceptuando por algunos corredores madrugadores  y los pequeños animales que allí vivían.
La mayoría de los demonios sentían la necesidad de destruir todo lo que encontraban, ese era también mi caso, aunque no siempre. Había algunos lugares como esos que era incapaz de tocar. Un aleteo varios metros más allá de mí cortó el hilo de mis pensamientos, sonreí mientras me ponía en pie.
Comencé a caminar hacia el lugar donde el ángel estaba en pie, jugando con un balón de futbol, como un niño pequeño.  Le di un fuerte tirón a la cadena que colgaba de mi cuello haciendo aparecer mi espada en mi mano, y cuando llegué a su posición la coloqué en su nuca, justo sobre las cervicales.
-¿Es que no te cansas de acosarme?-Le dije mientras observaba como detenía el balón debajo de la planta de su pie.
-Habló la que me apunta desde atrás con una espada.-Susurró Sandro mientras asentía, como si estuviera reflexionando, pero pude ver como sonreía. Estaba dispuesta a atravesarle el cuello con la espada justo en el momento en el que el materializó la suya a la velocidad de la luz.
Había visto a Sandro materializar su espada miles de veces, agarraba una de sus finas y largas plumas de una de sus alas y la dejaba suspendida en el aire, como si levitara, a continuación un ligero soplido y ya tenía la espada en la mano. Pero nunca le había visto hacerlo tan rápido.
Su espada chocó con la mía justo por encima de su hombro, evitando que pudiera atravesarle de lado a lado. Pude observar como Sandro sonreía por debajo del filo de su arma.
-Veo que has estado practicando.-Dije alzando las cejas, como si fuera un maestro sorprendido.
-Bueno, no quería dejar de ser un digno adversario.-Contestó él encogiéndose de hombros, como si de verdad lo dijera enserio. Alcé mi espada de nuevamente para intentar golpearle de nuevo, él acomodó su posición a la mía y volvió a bloquear mi ataque.
-No te preocupes, acabaré contigo antes de que empieces a perder facultades.-Ahora fue él quien intentó atacarme, bloqueé su golpe pero  me derribó y me hizo caer al suelo.
-Que buena eres, creo que no me merezco tanto.-Le miré con odio. Sandro estaba encima de mí, había lanzado mi espada un par de metros atrás y su la punta de la suya me quemaba en el nacimiento del esternón. Notaba como mi respiración se aceleraba, yo tenía razón, aquel iba a ser el último encuentro, al menos para mí.
Pero entonces Sandro tosió, era extraño, nunca había visto toser a un ángel. Se llevó una mano a la boca y en cuanto la apartó observé el líquido carmesí que corría por ella, “que extraño”, pensé, no había podido ser cosa mía, ya que ni siquiera le había rozado. En cualquier caso, aproveché la oportunidad para derribarle y conseguir reincorporarme. Corrí hacia el lugar donde había caído mi espada y en cuanto la alcancé y la empuñé me giré dispuesta no solo a defenderme, sino también a acabar con él de una vez por todas. Pero se había ido, no había rastro de Sandro, bajé el arma en un gesto de decepción, haciendo que ésta volviera a su otro estado para poder colgármela del cuello.
-Cobarde.


















Capítulo 2
Aquel día notaba que me pesaba el cuerpo, algo extraño ya que en teoría no debería sentir nada, no conseguía alzar las alas del suelo más de unos escasos centímetros y para colmo un molesto hormigueo recorría todo mi ser. No tenía ganas de nada, ni siquiera de salir en busca de Sandro o de ir a molestar a cualquier otra persona.
Abrí los ojos precipitadamente y miré al exterior, la espesura de la noche cubría la calle y lo único que se veía eran las luces de las casas. No podía ser, ¡¿cuándo me había quedado dormida?! no recordaba cuando había sido la última vez que había necesitado dormir en mi milenaria vida, puede que nunca.
Me levanté, ahora con más fuerzas, y comencé a dar vueltas por el salón, ni siquiera recordaba haber cerrado siquiera los ojos, o haber bostezado, había algo que no marchaba bien. Repasé todo lo que hice justo antes de quedarme dormida, el dolor de cabeza, la pesadez, lo mareos, ¿estaba enferma?, imposible, nunca había conocido a ningún demonio que hubiera caído enfermo, o tal vez sí y no lo recordaba. Los demonios vivimos tanto que apenas recordamos la mitad de nuestras vidas, algunos las escriben para recordarlas y otros simplemente se dedican a persuadir a los humanos para que las escriban por ellos.
En cierto modo a mí nunca me había preocupado olvidar lo que había ocurrido hacía más de dos mil setecientos años, a decir verdad no sabía con exactitud cuántos años tenía, si tenía una familia o algo por el estilo, mi memoria empezaba allá por el siglo XIV, y nunca me había molestado en intentar averiguar algo sobre mi pasado bueno, hasta aquel momento.
No me habría venido mal en aquella ocasión haber tenido un diario o algo así, algo que poder consultar, algo que pudiera decirme o informarme sobre algún acontecimiento importante de mi vida que yo pudiera haber olvidado. Pero, ¿y si lo tenía, y tampoco lo recordaba? Todo aquello era demasiado estresante, así que decidí no darle mayor importancia y olvidarme del tema.
Al principio me dediqué a ver la televisión, bueno, si es que a eso se le puede llamar ver, me limitaba a pasar los canales a toda velocidad, tenía tele por cable, lo que significaba más de ciento cincuenta canales. Me detuve en el Discovery Channel, “Una visita al quirófano” se llamaba el programa, suspiré. A continuación apagué la televisión enérgicamente con la intención de destrozar el botoncito rojo.
Me levanté arrastrando los pies y me acerqué a la silla con ruedas que descansaba frente a la mesa escritorio situada al fondo del salón. Me dejé caer sobre ella y con la punta del pie me di un pequeño empujón para comenzar a girar mientras miraba al techo, una y otra vez, el aburrimiento era un asco, y la eternidad una mierda. Entonces se me ocurrió que un buen libro curaría mis males, aunque parezca mentira, a los demonios nos interesa la cultura, creemos que es más fácil destruir lo que conoces que lo que no, aunque no era esa la razón por la que a mí me gustaba leer.
Me acerqué a una de las estanterías rebosantes de libros de distintos tamaños y alargué el brazo para alcanzar uno de ellos, “El médico perplejo”, resoplé y volví a colocarlo en la estantería de nuevo, ¿por qué compraría yo ese libro? Revisé de nuevo el estante y escogí uno al azar, “Los 50 casos más extraños de la historia de la medicina”, apreté la mandíbula y en un ataque de rabia lancé el libro contra la pared, donde se quedó incrustado e inmóvil, ¿es que el mundo entero quería recordarme que estaba enferma?
Puse los brazos en jarras y volví a mirar la estantería, intenté respirar hondo intentando calmarme ya que comenzaba a notar que las energías volvían a fallarme. Entonces un libro en concreto me llamó la atención, estiré el brazo y lo agarré entre mis manos, el libro no tenía título, estaba compuesto por una simple y antigua encuadernación de color marrón y tapa dura. Me senté de nuevo en el sofá y lo abrí con cuidado para evitar romperlo. En la primera página había una frase en tinta azul ya desgastada y escrita con una caligrafía perfecta:
Los placeres violentos, acaban en la violencia.
                                     Jeremiel
Fruncí el ceño ¿Jeremiel? ¿Qué clase de demonio se hace llamar Jeremiel? Me encogí de hombros, en el fondo no importaba, había conocido a mucha gente, así que me dediqué a pasar las páginas. El interior del libro estaba compuesto por diferentes poemas, todos escritos a mano y por la misma persona.
Comencé a leer el primer poema, contaba una historia de amor, como todos, el segundo, en cambio, era más trágico. Cada uno de los versos de cada uno de ellos, de una forma inevitable, me resultaban tan penetrantes que me daba la sensación de que cada una de sus palabras se grababan en mi esencia.
Estaba inmersa en el libro cuando detecté otra presencia en mi propio edificio. En lugares atestados de gente y al aire libre es mucho más difícil detectarlas, a no ser que las tengas relativamente cerca. Pero a esta podía sentirla con toda claridad, estaba cerca, y no era una fantasma, de eso estaba segura, era demasiado potente como para serlo, debía ser un ángel o uno de los míos.
Me levanté de forma sigilosa, aunque eso de poco serviría si ya me había detectado. Di varios pasos en posición de ataque, puede que fuera alguien que simplemente se pasara por ahí, pero si era un ángel no podía dejar que me sorprendiera, y menos con las fuerzas y las energías tan bajas.
Oí el penetrante sonido del timbre justo en el momento en el que llegaba al frente a la puerta. Sin dudarlo un momento, tiré de la fina cadena que colgaba de mi cuello y puse la mano sobre el pomo de la puerta. Sabía que no dudaría en atravesar con mi espada al individuo que se encontraba en el umbral si la situación me lo pedía, y más si ese era Sandro. Mi visitante sonrió al verme y alzó las manos en señal de rendición.
-Tranquila, soy yo.
-¡Araxiel! ¡Oh no puedo creerlo!-Bajé la espada para acercarme un par de pasos y abrazarle, él rió entre dientes.-Vamos, pasa.-Le dije mientras le hacía un gesto y cerraba la puerta tras él.
-Bueno ahora prefiero que me llamen Ellery, ya sabes, es menos llamativo.-Dice mientras me guiña un ojo. Conocí a Araxiel, bueno Ellery ahora, hará varias décadas en Tailandia, pasé con él varios meses y después de eso no volví a verle, hasta ahora.
-Bueno, ¿y que te trae por aquí?-Le dije mientras me sentaba en el sofá y él me imitaba.
-Oh, nada especial, simplemente me apetecía volver a pasarme por Londres y al enterarme de que estabas aquí decidí venir a verte.
-¿Y cómo te enteraste?-Dije alzando las cejas, intrigada.
-Vamos-dijo- sabes que yo siempre estoy enterado de todo. –Ellery sonrió con ganas y se estiró apoyando los brazos en el respaldo del sofá. Lo miré alzando una ceja y decidí cambiar de tema.
-¿Y qué piensas hacer durante tu estancia aquí?
-Pues no lo sé, un poco de todo. Londres no puede haber cambiado mucho desde la última vez que vine, ¿no?
-Bueno, algo ha cambiado.-Le dije riendo entre dientes, aunque de pronto volvía a sentirme cansada y pesada, sin energías.
-Oye, ¿te ocurre algo?-Dijo Ellery frunciendo el ceño.-No tienes buen aspecto.
-Estoy algo baja de energías, eso es todo.-Observé mi reflejo en el cristal del balcón por encima del hombro de Ellery. Mi piel ligeramente morena estaba algo más pálida de lo habitual y mis ojos dorados denotaban el cansancio que consumía mi cuerpo y confirmaban mis alas, en cambio, mi pelo, largo y liso, se mantenía perfecto en su sitio.
Ellery acercó su rostro al mío, despacio, con una sonrisa iluminando su rostro.
-¿Qué te parece si nos divertimos un rato, tu y yo?-Dijo, alzando una de las comisuras de sus labios en una sonrisa torcida. Yo alcé una mano y acaricié con ternura la parte derecha de su cabello negro como la tinta y clavé mi mirada en sus ojos verdes, mientras sonreía dulcemente y acercaba mi rostro un poco más al suyo. Y le susurré:
-Lo nuestro se acabó, Ellery.-Y sin añadir nada más ni darle tiempo a que él lo hiciera, me levanté del sofá para ir a vestirme.

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